El verano había partido llevándose todas las flores. Ahora el otoño, cálido e insensible, amarilleaba las hojas, sin distinguir entre ellas.
 
Se ve el tendal de hojas muertas, cayendo sin vida y amontonándose en el suelo. De noche estallan bajo las patas de las grandes fieras.

La bienvenida a los primeros fríos surge con las nuevas flores, la alegría es incomparable y al escuchar el canto de las aves desde sus casas desprovistas de hojas el corazón sonríe de satisfacción y el calor ya nos es del sol, sino desde nuestro interior...